paquitos
los perros ladran cuando huelen sexo.
intuyen desde el balcón,
al vecino cachondo arrimando el bochín entre sábanas y frazadas
enredando los cuerpos en la previa en la trama y en el desenlace.
se vuelven locos.
es el instinto;
esa percepción que no necesita de palabras para conocer lo que está sucediendo.
así como perciben el miedo, y la mala leche
-para nosotros, la cofradía de paranoicos unidos-
los niños también perciben el sexo
y esas cosas que los adultos tratamos de esconder
detrás de la máscara de la cámara,
pero desde los hilos telepáticos que les hablan,
desde las antenas que captan lo que no se dice,
se sugiere; y al rato los dibujos se incendian con crayón rojo
y los juegos toman un tinte exploratorio
en donde la palabra patalín dicha rápidamente
es un daki azul en posición paralela a la mesa agarrado de un daki rojo
que crece para arriba.
sacala o ponele una letra,
cambiale la vocal o la consonante,
leele la intención al inconsciente.
slogan de abretumenteya,
que me apura el apocalipsis.
hay urgencia.
está el pibe con la cabeza quemada frita con un agujero en el cerebro,
que no puede dibujar la letra a
porque lo que consume está generando la nueva generación de zombies.
otra vez la cofradía de los paranoicos unidos sabrán entender
de qué estoy hablando.
no es joda.
el pibe no puede cerrar la cabeza porque se le escapa el seso
pero tiene que cerrar el cuaderno rayado.
no hay posibilidad de que la mano obedezca la dirección de la mente
y a la voluntad obedezca el cuerpo, la prensión básica de una diagonal.
algo le borró el espíritu
creo debe haber sido eso
que huele a plástico derretido.
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